"En estos días cualquiera es un artista, pero no cualquiera es un artesano", decía hace unos días Antonio Muñoz Molina en una entrevista. Y remató: "pero todo gran artista es un artesano." La diferencia es sutil y abismal, se explica por el conocimiento profundo del oficio, la atención a las minucias; en la sabiduría narrativa, en la actitud al emprender el noble oficio de escribir una novela.
Bajo el título de Como la sombra que se va (Seix Barral) Muñoz Molina, novelista-artesano, ha escrito dos historias que tienen en común muy pocas cosas: la imaginación al servicio no de la ficción sino de hechos, de lo cierto y sucedido antes que de las ficciones, y la ciudad de Lisboa, punto de encuentro, detonadora de novelas y del imaginario de Muñoz Molina, cruce de caminos y mítica ciudad blanca desde Dans la ville blanche, el filme de Alain Tanner que contribuyó hace años a estimular su vocación literaria.
¿Qué pueden tener en común dos historias que no se tocan, que no guardan relación y sucedieron en dos momentos distintos? La ciudad de Lisboa, la imaginación artesanal de un novelista. Sólo Lisboa articula las dos historias que no se cruzan, que no pueden hacerlo porque responden a dos mundos, a dos tiempos que no pueden trenzarse.
Muñoz Molina viajó unos días a Lisboa para huir del tedio conyugal, de un empleo burocrático en el ayuntamiento de Granada e imaginar El invierno en Lisboa, la novela que al publicarse, en 1987, con su éxito le cambiaría la vida. La otra historia es la crónica tan puntual como imaginada del periplo de James Earl Ray, su paso por Lisboa en su fuga hacia ninguna parte después de haber asesinado, el 4 de abril de 1968, en Memphis, Tennessee, a Martin Luther King Jr.
Pero esta no es una novela sobre los derechos humanos o el racismo, y Luther King es un personaje secundario y tardío en la novela. Tampoco es un ejercicio literario sobre un crimen o los motivos de un homicida. Lo es sobre lo que confluye y se aglutina en Lisboa: su atracción literaria, el deseo de escribir sobre ella, el recuerdo de aquel viaje de juventud de un joven novelista, su vuelta muchos años después, ahora a visitar a un hijo ya adulto, y el recuerdo de que James Earl Ray, modelo perfecto de white trash, pasó unos días ahí, muerto de miedo, sin comprender nada, huyendo, en esa ciudad en la que nunca debió de haber estado.
Y con estos elementos, que podrían ser tan ordinarios y tan poco en manos de otro, se abre una novela en la que el autor, como quería Montaigne, es la materia de su propio libro. Muñoz Molina moldea su ficción con la agilidad de un acróbata, con la aparente sencillez con que hace su número un prestidigitador.
Entonces entra y sale de la ficción, monta y desmonta la estructura y los tiempos de la novela a cada giro y hace ficción de su vida, de las claves de la escritura de El invierno en Lisboa, de su divorcio, de su fascinación por Lisboa. La realidad y la ficción se tienden un puente por el que transita el Tajo y una impecable teoría de la novela, las claves del arte de novelar. Ahí, en ese mundo imaginado, cuando la historia y la realidad no le dan la certeza de lo sucedido, cuenta su vida como tal vez nunca había hablado de sí mismo, de su mujer, sus hijos.
Muñoz Molina hace de sus cuadernos de notas, de de su experiencia, de sus lecturas, investigaciones y viajes (a Lisboa, a Memphis) una parte de la novela, también hecha de las condiciones y vicisitudes de la escritura de ella misma. A eso los críticos le llaman metanovela, pero el nombre es lo de menos, lo notable es leerla mientras la novela se hace a sí misma de lo que podrían ser trozos de vida, desechos, apuntes y olvido.
Es necesario ser un novelista-artesano para mostrarse en la propia novela como autor y como personaje, para viajar al fondo del libro y contar con maestría el ejercicio de su escritura, su origen, sus razones, el vínculo con la vida del novelista y su circunstancia.
Si su prosa con los años no ha dejado de cambiar (es un artesano al que no le gusta hacer una pieza como las anteriores), conserva intactos su ritmo y precisión; Muñoz Molina se muestra ahora de cuerpo entero, con otro perfil, contundente, con una escritura tan sugestiva y leve como poderosa.