Es una hermosa palabra latina para mentar lo no dicho, lo que no debe decirse, esas cosas de las que a veces es mejor no hablar. Tacenda es la palabra que nombra ese silencio.
Común en inglés, entre nosotros no se dice ni se escribe, acaso por un pudor de tradición hispana, o tal vez por la coherencia extrema de no sólo no decir ciertos hechos y verdades, sino también omitir la palabra que da nombre a lo que no se dice por dolor o vergüenza, por conveniencia o temor, por pudor o aquiescencia.
Hay cosas de las que mejor no hablar. Hay momentos, sucesos, temas que vician el aire porque están ahí, al acecho. Un punto de acuerdo tácito, acaso con uno mismo, pero también en pareja, en grupo o en familia, nos invita a que algunos asuntos se oculten en el silencio cómplice, tan parecido a la mentira.
Hay temas que no deben tocarse, nos dicen, nos decimos; hay cosas que no deben decirse, que más vale olvidar o al menos no evocar su recuerdo. La prudencia y las buenas maneras mandan callar la traición, la infamia, el crimen, la deshonra, la conducta vergonzosa y delictiva, la mentira trascendente, el incumplimiento de promesas.
Es imposible hablar de algunos temas sin romper el frágil equilibrio, la simulación. Hay temas sometidos a la tiranía de lo no dicho. Tal vez toda relación se sustente en el desdén de lo que permanece oculto. Tal vez todo acuerdo y todo comienzo implica un olvido, o el simulacro de ese olvido, su omisión, restarle importancia. Ceder ante el silencio elocuente y amable que favorece la convivencia, ya sea conyugal o entre parientes, amigos, vecinos, bandos, naciones.
Tacenda: pocas palabras encierran y ocultan tanto. Somos nuestras palabras, también nuestros silencios.
16 de enero de 2015
Tacenda
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