22 de octubre de 2021

Parejas

No hay dos parejas iguales. No hay dos parejas de enamorados que hayan erigido su pequeño mundo de la misma manera. Cada pareja inventa su lenguaje, su encuentro mítico, su misión, su metafísica y razón de ser. Y cada uno de los amantes, aislado, en sí mismo, puede ser alguien muy distinto del que surge o florece en pareja.

Alguien que no estaba interesado por el tenis o nunca había escuchado ópera, de pronto pasa los días en un club, toma lecciones y mira con entusiasmo los partidos del Gran Slam por televisión, o asiste al teatro a ver las funciones y pronto empieza a opinar sobre voces y las diferencias entre la ópera italiana y la francesa. 

Sin sus respectivas parejas, esas dos personas jamás hubieran tenido una raqueta de tenis en las manos, jamás hubieran dicho que el drama de Madama Butterflly las conmueve hasta las lágrimas. En pareja nos acercamos al centro de lo que somos; nos vislumbramos en lo que de otra manera nunca hubiéramos sido. 

Algunas personas han cambiado de hábitos, costumbres, preferencias, gustos, pensamiento político, nacionalidad e, incluso, religión, para constituirse en la pareja de alguien que exige esos cambios. Está claro que con el paso del tiempo uno se hace otro, y que las parejas también se convierten en otra.

Tal vez una relación que permanece unida por muchos años, una pareja exitosa, tiene su secreto en cambiar más o menos de la misma manera y en la misma dirección. Si no es así, los intereses se disparan, y uno ya no tiene razones para ir al tenis (que en el fondo detestaba; y a otro le resulta insufrible los agudos de las sopranos). Pablo Neruda ya sabía que: Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Según el mito griego buscamos en la otra persona lo que no tenemos, lo que nos falta. Puede ser, sí, pero también con frecuencia muchas personas toman lo que les ofrecen al alcance de la mano. Tal vez esa es la causa de tantos emparejamientos o matrimonios que nunca debieron de haber sucedido.

No es posible demostrar que las personas encontrarán en pareja la mejor opción de vida, pero es notable el empeño con que perseveran, por todos los medios, incluso más allá de la prudencia, la experiencia y la razón, para formar una pareja a pesar de la grave sentencia de Juan José Arreola: Cada vez que el hombre y la mujer tratan de reconstruir el Arquetipo, componen un ser monstruoso: la pareja.

Y si no hay dos parejas iguales en su trato y relación, en su mitología y fantasía, en el día y en la noche, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, tampoco hay dos exparejas iguales en su distancia y rompimiento. 

Algunas exparejas cultivan con celo profesional el odio y el resentimiento, otras tienden al desdén y el olvido, otras aprenden a tolerarse por los intereses, afectos u obligaciones que comparten, unas cuantas se seguirán amando, en secreto, en silencio, muy lejos del otro, y, aunque en franca minoría, por fortuna, otras se casan entre ellos por segunda vez. 

Fui a la oficina de Fernando a ayudarle a revisar la traducción de un libro denso, enorme y aburrido de comercio internacional. Hacía muchos años que no trabajábamos juntos. Me recibió en su despacho, en el que también tenía una mesa y una computadora una mujer. Fernando y yo hablamos de la traducción y ella, Marisela, ocupada en otros asuntos, apenas hizo algún comentario. 

Volví a ese despacho varias veces en los próximos dos meses, conforme avanzaba la traducción. En cada visita el trato con Marisela fue más cordial, más abierto. Fernando y ella compartían un cajón de un escritorio que parecía una de esas tiendas de abarrotes o expendios de golosinas clandestinos que no faltan en las oficinas públicas. Tenían nueces y arándanos, caramelos, chicles, cacahuates y frituras. Abrieron su cajón y me ofrecieron de su colación. 

Dos o tres veces salí a comer con Fernando, y alguna vez fuimos a cenar, luego de revisar un capítulo. Nunca me dijo ni una palabra de Marisela. Ella siempre estaba presente en mis visitas en horas de oficina, ella cumplía con las exigencias de un empleo. El trato entre ellos era amble, cordial, cortés, considerado, y más que eso. Yo percibía esa tensión que antecede a una pasión no confesada o la complicidad de los que juntos guardan un secreto o tienen un pasado común. 

Una noche, cuando Marisela y yo ya hablábamos y bromeábamos con soltura y confianza, casi al final del proyecto, fuimos los tres a cenar. Alguien habló de antojo de tacos al pastor y eso no se discute demasiado, se negocia la hora y la taquería, cuando mucho. Ellos no se frecuentan fuera del despacho, no salen a comer ni a cenar juntos. Son distantes compañeros de trabajo.

En una larga mesa, Fernando se sentó a mi lado; Marisela se sentó del otro lado de la mesa, frente a mí. Supongo que ella se había dado cuenta de que yo no sabía nada de ellos como pareja, e imagino que esa noche quiso divertirse. Con dos o tres comentarios y miradas maliciosas a Fernando, me acercó a la gran pregunta: «Cómo, ¿tú eres la primera esposa de Fernando?» Su sonrisa fue contundente, su venganza porque Fernando no me había informado. 

Les hice preguntas; me hablaron de ellos. Lo hacían con serenidad, con la resignación de los mejores recuerdos, tal vez con la alegría de verse cada día en el despacho. Se habían separado hacía veinticinco años, y no de la mejor manera. Pero el tiempo y algo más, que sólo puedo llamar un cariño viejo, dulce y profundo los había acercado de nuevo. 

Me quedó muy claro que, si bien no puedo hablar del inicio de una etapa en su relación, o de una nueva llamarada de pasión, su relación está muy lejos de tender a la indiferencia o el olvido. Algo muy sutil latía entre ellos, algo que no había sido aniquilado por sus desavenencias y desacuerdos.

No puedo asegurar que volverán a salir, que volverán a intentar reconstruir el Arquetipo, y no lo creo, pero estoy convencido de que sería perfectamente posible, y que podría desencadenarse en un instante. Ambos desenlaces no me sorprenderían. Los vi tan lejos, los vi tan cerca uno del otro... No hay dos parejas iguales, y tampoco dos exparejas, y algunas no saben que no han llegado a su punto final.