Julio Cortázar descubrió, con sorpresa, que Rayuela (1963) era un libro para los jóvenes. Él pensó que escribía un libro para lectores de su edad, que ya rebasaba los cuarenta y cinco años, pero eran los universitarios de Europa y América los que se lanzaron al libro como si tuvieran un objeto mágico o una brújula en medio del desierto o en medio del mar en una noche sin estrellas. Rayuela fue un libro que cambió vidas, que rompió desde el lenguaje y la música y las actitudes vitales de los personajes las expectativas literarias y formas de vida de generaciones de lectores. Creo una manera rayuelesca de estar en el mundo, y rompió el mapa de la literatura hispanoamericana. Hoy circulan, están disponibles, al menos cuatro ediciones de Rayuela, que ya es más que un longseller un clásico. A casi sesenta años de su publicación sigue siendo leída… por los jóvenes. Acabo de releerla en un taller con lectores no del todo jóvenes con fatales resultados: les parece aburrida, pretenciosa, vana, demasiado intelectual, simple, sin argumento… Rayuela sigue atrayendo cada año a un buen número de lectores; para esos jóvenes lectores sigue siendo una fuente de respuestas, de preguntas, una novela/mandala, un camino al cielo, un faro vital.