8 de junio de 2014

El sexo como una de las Bellas Artes

 Cuando Gustave Courbet pintó L'origine du monde (El origen del mundo), en 1866, quizá tenía la certeza de que su cuadro no sería ajeno al escándalo y la polémica. Podemos suponer que el pintor sabía que lo perseguiría la censura y los guardianes de la decencia, pero es imposible que imaginara su participación en el performance de Deborah de Robertis y mucho menos que los alcances de su célebre obra han quedado en entredicho.

Sí, El origen del mundo ha venido a menos, a pesar de su leyenda y su historia: su pista aparece y desaparece, y ha permanecido oculto mucho tiempo, cubierto, a salvo de miradas ajenas. Los hermanos Goncourt lo conocieron y reprobaron. Al parecer, durante la Segunda Guerra Mundial cayó en manos de tropas alemanas y luego rusas, que lo devolvieron a su propietario. El cuadro regresó a París, donde lo adquirió en 1955 el mismísimo Jacques Lacan. El gran psicoanalista también lo mantuvo oculto en su casa. Desde 1981 es propiedad del Estado francés, que también tuvo recelos para mostrarlo. Desde 1995 está expuesto en el Museo de Orsay en París.

El origen del mundo muestra un trozo de cuerpo de mujer, el vientre, el pubis, las piernas. El centro del cuadro, el foco, es la entrepierna, el monte de Venus, cubierto de abundante vello. Sí, un escándalo. Las palabras vergüenza y desvergüenza, ofensa y revelación, provocación y liberación, obra de arte y pornografía son monedas corrientes al hablar del cuadro. Pero gracias a la artista Deborah de Robertis el cuadro es un poco menos escandaloso; la incredulidad y el rechazo, así como los incondicionales entusiasmos recaen ahora en otra parte.

Engalanada para la ocasión: vestido corto de tirantes, sin mangas, dorado (como el marco del cuadro), sin bragas, con el cabello recogido, maquillada y descalza, Deborah de Robertis cruzó solemne la sala, se sentó bajo el cuadro de Courbet, abrió las piernas de par en par y mostró su vulva a los visitantes del museo (y a la cámara que grabó el video que, por supuesto, la artista ha subido a Internet).

Con una interpretación impecable, De Robertis ha demostrado una vez más que la vida imita al arte, y ha regalado a la posteridad, con la ayuda de sus manos (que abrían aún más su carne color salmón, diría Henry Miller), lo que Courbet no fue capaz de pintar: más allá de los labios, el centro de la crica, el centro del origen del mundo.

En el video, se escucha el Ave María de Schubert, y una voz femenina dice un poema: «Je suis l’origine/Je suis toutes les femmes/ Tu ne m’as pas vue/ Je veux que tu me reconnaisses/ “Vierge comme l’eau créatrice du sperme”.» («Yo soy el origen, yo soy todas las mujeres. No me has visto, quiero que me reconozcas. “Virgen como el agua creadora de esperma”».)

La artista explica así su intervención: «Mi obra –bautizada Espejo del origen– no refleja el sexo, sino el ojo del sexo, el agujero negro. Mantuve mi sexo abierto con las dos manos para revelarlo, para mostrar lo que no se ve en el cuadro original».

De Robertis, al permitir que la mirada se pose en el ojo del sexo, en el agujero negro, ha llevado el arte y la mirada donde se pensaba que no era posible. Ha ido más allá. El origen del mundo no ha sido “reproducido” ni “reflejado” ni “imitado” ni “intervenido”, sino superado y aniquilado de la única manera posible: desde una ejecución artística insuperable, de vértigo. ¿Quién hubiera imaginado que la vulva de Deborah de Robertis es en sí misma por derecho propio una obra de arte, y el hecho de mostrarla un acto de conocimiento y liberación, una interpretación digna de contarse entre las Bellas Artes?