14 de octubre de 2012

Salto al vacío en busca de sí mismo


Felix Baumgartner ha saltado en caída libre desde la estratósfera a poco más de treinta y nueve mil metros de altura. Abrió por fin su paracaídas a mil y tantos metros de las arenas del desierto de Nuevo México. Los periódicos hablan de récords y hazañas. Nadie ha querido ver en este acto un hecho metafísico, no un símbolo ni una metáfora, sino la búsqueda del sentido de su condición de hombre.

En el aire, sujeto a los vientos, en impecable soledad, frágil e inerme en ese viaje absurdo en el que se precipitó de vuelta a la Tierra a la velocidad del sonido, acaso supo del vértigo perfecto y del vacío absoluto. (Otros, para sentirlos, no tienen que salir de casa.) 

Su gesta nada tiene que ver con la aeronáutica ni los deportes de alto riesgo ni con la ciencia. Baumgartner es un héroe por otras razones: como todos los hombres necesitaba vivir la experiencia suprema de viajar con urgencia al sinsentido, de jugarse la vida, para vislumbrarse. El suyo fue un salto en busca de su razón de ser hombre en la Tierra. La suya fue una caída sin alas hacia sí mismo.