18 de agosto de 2024

El tío Isidro

Isidro Fabela Alfaro murió hace sesenta años, en agosto de 1964. Mi tío Isidro, decía mi padre. Era primo hermano de mi abuelo Gabriel, y éste tuvo cargos menores en el servicio exterior y salió al mundo acompañando al tío Isidro. 

La trayectoria diplomática y política de Isidro Fabela es asombrosa. Uno de los embajadores y negociadores más talentosos que ha tenido México, con logros extraordinarios y un peso internacional, entre las naciones, que hoy se antoja de fantasía:

Secretario de Relaciones Exteriores, embajador en Francia, en Argentina, en Chile, en el Reino Unido, en Alemania y en Brasil, y fue juez de la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Sus trabajos y gestiones en la Sociedad de las Naciones fueron notables. Contribuyó decididamente a forjar la admirable, respetable y respetada política exterior de México, que por desgracia ha desparecido. 

Aún se recuerda y reconoce su defensa de la República Española, de Austria y de Etiopía, los tres agredidos por el fascismo y el nazismo, en algunas de las horas más negras del siglo XX; Haile Selassie I, emperador de Etiopía, viajó a México en junio de 1954 para agradecer la defensa de su país, la valiente denuncia de la invasión de la Italia de Mussolini en 1936. Visitó al presidente Adolfo Ruiz Cortines y pronunció un sentido discurso en Palacio Nacional. 

Una rotonda de Ciudad de México se llama Etiopía, y sé que algún sitio de Etiopía lleva el nombre de México. (En Viena, una placa recuerda que México fue el único país que protestó en la Sociedad de las Naciones por la anexión de Austria por la Alemania de Hitler.)

Mi padre me hablaba poco de él; mejor aún, no dijo casi nada. Pero tengo el vago recuerdo del relato, tal vez imaginario, del día en que Isidro Fabela llevó al emperador de Etiopía a su tierra, Atlacomulco; de cualquier modo, donde fuera, y esto es un hecho, mi padre estuvo presente en un acto o una recepción y el tío Isidro los presentó. 

El tío Isidro, no sé con qué motivo, le regaló a mi padre, cuando éste era muy joven, un reloj de oro que todavía da la hora y cuido con esmero. No conservo nada más. Unas cuantas fotografías, ejemplares de sus libros (que no he leído). 

No sé si exista una buena biografía del tío Isidro. Hace años que no visito la Casa del Risco, en San Ángel, Ciudad de México, que él donó al pueblo de México como sede de un museo y centro cultural, que ha venido a menos. 

La misión diplomática de Isidro Fabela, sus esfuerzos por la paz y justicia entre las naciones, su legado político, se diluyen, se desdibujan, se pierden en el devenir de los días; como todos, como a casi todos, lo devora el olvido. Cada vez se hablará menos de las acciones y los servicios prestados por Isidro Fabela; en la familia tenemos del todo olvidado al tío Isidro, que murió hace sesenta años.

4 de agosto de 2024

Los cuernos de Moisés

La escultura de El Moisés de Miguel Ángel, en la basílica de San Pietro in Vincoli, en Roma, tiene una presencia tan imponente, tan rica en detalles y misterios, que el viajero curioso que la observa se siente dichoso de estar allí y a la vez abrumado del milagro del mármol que revela la belleza más allá de lo imaginable y transmite el mensaje de un pasaje bíblico esencial para Occidente. 

Mirarla y admirarla es una alegría; la explicación de la escultura y sus significados son otras muchas y diversas cosas. Me interesé en ella por el gusto de hacerlo, por cultivar un conocimiento sin un fin, por celebrar la utilidad de lo inútil, diría Nuccio Ordine. 

Encontré que debió formar parte del conjunto nunca terminado de la tumba del papa Julio II, y que Miguel Ángel, al concluirla en 1516, estaba más que satisfecho con su obra.

En El Moisés se ha visto la representación del Vicario de Cristo, el principio del poder político, la plasmación de un pensamiento de Girolamo Savonarola, un autorretrato, una clave autobiográfica, la apostasía del pueblo hebreo.

Yo buscaba en sitios web y en libros, incluso en una biblioteca especializada en arte, y no encontraba una explicación seria y convincente sobre los cuernos que coronan la testa del profeta. Pero acumulaba información sobre la actitud y la representación de Moisés. La posición de la mano derecha, de los pies, de las tablas, las barbas, la cabeza, todo se presta a las interpretaciones.

Pareciera, dicen algunos, que está a punto de levantarse, furioso, y pasar a la acción, a castigar a los infieles (momento en el que se caerían las tablas por la mala posición del brazo que las sujeta). Investigadores, estudiosos y comentadores se ocupan de los pliegues de las ropas, de la forma en que la mano derecha toma la barba, pero no con todos los dedos, en un gesto muy extraño; está claro, que eso debe significar algo, debe de haber una razón profunda que lo explique, y se empeñan en encontrar el motivo.  

Encontré que hay atributos propios de un preciso simbolismo: «cabellos como llamas, barba como agua, miembros y paños como rocas para representar la composición de un hombre según la idea antigua, o llenos de sentidos simbólicos como la fuerza o el orden en el infinito.»*

Todo esto es de lo más interesante, pero nada sobre los cuernos, tan visibles. ¿Por qué ese silencio de estudiosos y exégetas, por así llamarles? Pregunté aquí y allá, y no obtuve una buena respuesta, incluso un necio me dijo que esos cuernos no existían. La fe y las ideologías, seguidas con fanatismo, pueden llevar a negar la realidad. No sé en qué estaría pensando ese hombre, tal vez entendió que yo decía que Moisés era simple y llanamente un cornudo.

Me topé con un ensayo estupendo de Sigmund Freud sobre El Moisés, pero no dijo nada sobre mi búsqueda. Qué raro que a Freud no le interesaran los cuernos. 

Mi amigo Carlos tiene a su vez un amigo historiador católico (sic), cuyo nombre no conozco, que respondió por escrito a mi pregunta, tan sencilla, y aprovechó para publicar su apunte en sus redes sociales. El texto que recibí dice: 

«¿Por qué el Moisés de Miguel Ángel tiene cuernos, qué significa eso o de dónde salió eso? En resumen, es una de varias representaciones de una serie de símbolos muy hermosos que se entrelazan. A Moisés se le representa generalmente con dos "rayos" o los dos "cuernos" (o dos cuernos como rayos, o dos rayos como cuernos). Hay tres razones que se combinan o confunden entre sí.

«La primera, los rayos, representan la luz que emanaba de la piel del rostro radiante de Moisés después de haber estado en la presencia del Señor, y bajado del Sinaí con las tablas de la Ley, en el libro del Éxodo; es una evocación de la irradiación original que emanaba de Adán y de Eva antes de su caída.

«La tercera, es debida a una variante semántica en la traducción de un término antiguo en la traducción de San Jerónimo en la Vulgata. Como el hebreo antiguo se escribía a menudo sin vocales, había una palabra, "qrn", que pronunciada "karán" quería decir resplandecer o brillar o irradiar, y pronunciada "kerén" significaba... cuerno. [Luego encontré otros textos que dicen que Keren es luminoso, con rayos de luz, y karan, cuerno. Justo al revés.]

«Karán y kerén aproximadamente, porque como decía, no se sabe a ciencia cierta la verdadera pronunciación del hebreo antiguo; el usado actualmente es una creación moderna hecha a partir de conocimientos certeros pero también de especulaciones lingüísticos.

«Y esto introduce la segunda razón, a saber que en las civilizaciones veterotestamentarias (o sea, del Antiguo Testamento) los cuernos no tenían la misma connotación que en la nuestra (de algo demoniaco o grotesco), y para aquellos pueblos antiguos, entre ellos el de los hebreos, representaban la "fuerza" y el "poder divino".

«Pero hay otro matiz más profundo, porque esta vertiente de los cuernos en la Vulgata aparece sólo después del episodio del becerro de oro, cuando, tras haber destruido el ídolo infernal, Moisés sube al Sinaí y enseguida baja como "representante" del Dios todopoderoso único y verdadero, y en cierto modo "remplaza", pero en verdad y en santidad, al ídolo pagano sacrílego e impuro.

«Por eso a Moisés se le representa de esas dos formas, pueden buscar estatuas antiguas o por ejemplo ilustraciones medievales y van a encontrar las dos representaciones indiferentemente.»

Agradezco al historiador católico amigo de Carlos su explicación, pero persiste la duda. ¿Los cuernos son resultado de un error de San Jerónimo al traducir la Biblia o son la representación de la fuerza y el poder divino? Una cosa o la otra.

No encontré ninguna otra explicación sobre los cuernos como representación de la fuerza divina, pero sí una mención al paso sobre el error de San Jerónimo. Dice Kirsten Bradbury: 

«De su cabeza surgen dos cuernos, debidos a una convención de época medieval que era el resultado de la traducción equivocada de un texto hebrero. De su cabeza deberían emerger rayos de luz.»**

Mientras no se demuestre lo contrario, supongo que El Moisés de Miguel Ángel tiene cuernos por un craso error de San Jerónimo, santo, padre y doctor de la Iglesia, traductor de la Biblia del hebrero y el griego al latín. Su versión, conocida como la Vulgata, sigue siendo, aunque revisada, la Biblia de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. 

El error de lectura o interpretación está en Éxodo 34:35. San Jerónimo debió traducir algo así: «Y los hijos de Israel vieron entonces que cuernos emanaban de la tez del rostro de Moisés...». Una Biblia protestante dice: «Y al mirar los hijos de Israel el rostro de Moisés, veían que la piel de su rostro era resplandeciente...». En la Biblia de Jerusalén se lee: «Los israelitas veían entonces que el rostro de Moisés irradiaba...».

Los cuernos o el resplandor o la luz debían surgir del rostro, no de la parte alta de la cabeza, lo cual complica un poco más el problema. Pero algo más que me intriga. Supongamos que San Jerónimo cometió una variante en la interpretación o un error en su traducción del Antiguo Testamento del hebreo al latín (si lo fue, debe de ser uno cuyas consecuencias se extienden a la historia del arte). 

Si Miguel Ángel se basó por su lectura o por instrucciones de la Iglesia en la Vulgata de San Jerónimo, ese error persistió más de mil cien años, que separan el inicio de la traducción (390) y el inicio de los trabajos de escultura (1514). Un lapso casi inverosímil, si consideramos además que Gutenberg ya había publicado la Biblia. 

No sé qué versión aparece en la Vulgata, no sé cómo pasamos de los cuernos a los rayos de luz, a un rostro resplandeciente, a uno que irradiaba... Admito que tengo una enorme curiosidad por saber cómo han sido esas enmiendas, qué decía y qué dice la versión actual y autorizada de la Vulgata.

Es posible corregir un error en un libro, con la fe de erratas o en la siguiente edición, pero no es posible «corregir» una de las esculturas más asombrosas, una obra maestra absoluta del arte universal.

Así que no hay nada que hacer. Por supuesto que no es posible limarle los chichones al pobre patriarca, además no es buena idea, no le gustaría a Miguel Ángel, seguro. Sería un atentado, una intervención violentísima e inadmisible, un acto terrorista en el nombre de la fidelidad filológica y lingüística, algo muy posmoderno y por lo tanto inaceptable. 

Así que Moisés se quedará con sus enormes chipotes, por decirlo con una palabra mexicana, de los que apenas suponemos y especulamos, sin una certeza de su función, su razón de ser, pero que lucen absurdos y monstruosos por todo lo alto en esa escultura perfecta, que se antoja eterna, única, irrepetible.

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* VV. AA. Miguel Ángel, Vol. 1. Ed Teide, Barcelona, 1978, p. 117.

** Kirsten Bradbury, Miguel Ángel, Parragon, Barcelona, 2004.